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Cuando deje de verla, desapareció. Mi pierna se había vuelto un largo trayecto casi infinito en la búsqueda de la sed de la desesperación. Pausada la brisa en el aire, ella misma se miraba desplomarse como si fuesen mordidas la composición total del momento. De repente la soledad despertó. Los poemas se volvieron sordos para ejecutarse en los múltiples espacios repartidos poco a poco en los otros sentidos; ciegos como peticiones que se solicitan negándose cuando se tienen para uno mismo; anacrónicos como la sombra que envuelve al miedo llenándole de insolación con su piel podrida y cicatrizando el suelo como si mi corazón hubo sido una especie de artefacto pensado para sanar por sí solo.

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